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Paradojas...

 


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Sci-Fi y Fantasía: dos géneros completamente diferentes



Muy a menudo, en Blogdecine, con motivo de textos acerca de películas como ‘La guerra de las galaxias’, tiene lugar, entre lectores y redactores, una acalorada discusión (que a veces se salta las normas mínimas de respeto, como en tantos otros temas en esta nación estupenda) acerca de qué es la sci-fi (cuya traslación literal sería ficción científica, aunque también pueda usarse el erróneo, y ya aceptado por el uso en la academia, ciencia ficción) y qué es la fantasía, y que películas son para unos lo primero, y qué películas son para otros lo segundo, etc.


En primer lugar es importante zanjar que la fantasía o la ficción científica no son ideas abstractas que cada cual puede definir en su intimidad. Eso sería como que el vecino de arriba decidiera lo que es un relato negro, y el de abajo lo que es un melodrama. Estamos en una época en la que nadie quiere aprender, sino en la que cada cual (en nombre de un individualismo mal entendido que obliga a muchos a volver a inventar la bicicleta, y que nos sume a todos en una confusión general) va por libre, complicando mucho las cosas. Vamos a tratar, todo lo humilde pero contundemente que se pueda, de aclararlas.


Definamos con perspectiva

A pesar de que en el sitio Imdb muchas películas de sci-fi también son situadas con la etiqueta de fantasía, y de que existen muchos híbridos entre ambos géneros, no puede resultar más diferente de la fantasía. La ficción científica pura es un género eminentemente especulativo, que pretende narrar acontecimientos plausibles, en cualquier marco temporal (no sólo el futuro, también el presente y el pasado), fundamentados en las ciencias naturales, físicas o sociales. No resulta fácil acotar sus temas porque a partir de estas bases se puede escribir prácticamente de todo, sin embargo la regla básica es que “ha de ser posible” que eso ocurra.


La fantasía, por su parte, es lo opuesto a estos fundamentos. No especula sino que se adentra en fantasías que jamás serán posibles en este mundo, y su marco temporal, a menudo, está indefinido o no es crucial narrativamente (mientras que en la sci-fi siempre lo es), y su intención es menos profética y más romántica, generalmente. No trata de alertar sobre funestas posibilidades, sino que es la evasión por excelencia. Por tanto, que en una película aparezcan naves espaciales, no significa que nos encontremos en un sci-fi, pues este género es mucho más que la escenografía.




Lo que hace dos siglos eran llamados relatos o novelas científicos, derivaban el espíritu del Racionalismo Cartesiano del siglo XVII, que fue el que sentó las bases de la ciencia moderna. No hay mucho consenso sobre las primeras obras realmente científicas, y pueden nombrarse obras de Tomas Moro, o de Cyrano de Bergerac, pero no hay duda de que la cristalización del género literario llegó en el siglo XIX, y no podía ser de otra manera, pues fue el siglo de la industrialización, y de todo lo que esto conlleva.


De esta manera, surgieron los nombres ineludibles de Mary Shelley, Julio Verne, H.G. Wells, Edgar Allan Poe, John Wyndham... y luego los de Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Robert Heinlein, Ray Bradbury, Philip K. Dick, y algunos nombres ilustres más que delinearon bien el género: un marco en el que situar sus preocupaciones científicas, tecnológicas y sociales, para hablarnos del mañana más terrible, o del ahora mismo incluso. Y este espíritu fue el que recogieron las primeras películas de sci-fi, como por ejemplo el ‘20.000 leguas de viaje submarino’ de Stuart Paton en 1916, el ‘Doctor Jekyll y Mr. Hyde’ de John S. Robertson en 1920, ‘El mundo perdido’ de Harry O. Hoyt en 1925, y ya más concretamente, el primer gran hito que significó el ‘Metrópolis’ de Fritz Lang de 1927.


Ya en los años 30, no sólo el ‘King Kong’ más famoso y extraordinario que ha existido, también la obra legendaria de James Whale (que adaptó a Mary Shelley de manera libérrima, y también a H.G. Wells), sin olvidarnos de ‘Things to come’ (‘La vida futura’, William Cameron Menzies, 1936), de nuevo sobre un original de Wells, y que asienta las bases definitivas del género como alertador de la conciencia social, como profeta de un futuro terrible. Esto es la sci-fi pura. Quizá por eso en los años 40, 50 y casi todos los sesenta, fue un género menospreciado y adulterado: a nadie le gusta que le retraten un futuro probable, o un presente gris. Salvo excepciones maravillosas como ‘Invasión de los ladrones de cuerpos’ (Don Siegel, 1956) hubo que esperar hasta el crucial año de 1968, en que llegaron ‘El planeta de los simios’ y ‘2001, una odisea del espacio’.


De pronto, la sci-fi en cine recobró prestigio e interés, y dejó de ser divertimento para productos de adolescentes. Y no puede casual que fuera el año de las mayores protestas sociales en la historia de Europa, que se conoció como Mayo del 68. Pero hay pocos verdaderos hitos del género en las últimas décadas, que pasan por la obra de Steven Spielberg, James Cameron, Andrei Tarkovski, o títulos puntuales como ‘Soylent Green’ (Richard Fleischer, 1973), ‘Alien’, ‘Saturno 3’ (Stanley Donen, 1980), ‘Escape de Nueva York’, ‘Blade Runner’, ‘Starman’ o la serie ‘Mad Max’, hasta el presente, en que podemos citar ‘Hijos de los hombres’ como la gran obra maestra reciente del género. Y todo esto sin ánimo de exhaustividad.



En cuanto a la fantasía, es un género mucho más anárquico y prolijo, y no sólo tiene tradición anglosajona mayoritaria, como el caso de la sci-fi, sino prácticamente en cualquier cinematografía. La literatura fantástica partía de lo sobrenatural, lo mágico y lo mitológico, conque las rastrear sus raíces puede hacerse prácticamente imposible. En el cine, como la sci-fi, puede ahondar también, por supuesto, en lo terrorífico. La gran mayoría del cine de evasión actual es cine fantástico, y sería quimérico nombrar títulos, porque todos los conocemos.


Los grandes directores de fantasía, los que han dejado un poso más duradero, son, por supuesto, George Lucas, Terence Fisher, Jean Copcteau, Tim Burton, Ronny Yu, Roman Polanski, M. Night Shyamalan, Todd Browning, Terry Gilliam, Roger Corman, Mario Bava, Jacques Tourneur, Jack Clayton, Alfred Hitchcock, John Carpenter, Peter Jackson, Federico Fellini, Jirí Trnka, Joel Schumacher, Wim Wenders, Hayao Miyazaki y otros muchos cuyo gusto por lo extraño y lo maravilloso se aleja completamente de un puñetazo visual, sino que se acerca más a una evasión audiovisual, aunque con algo de dolor, gozosa.


Los mejores frutos de la fantasía tienen lugar cuando se alejan de la sci-fi, y lo mismo ocurre con la ciencia ficción. En la mixtura de géneros del cine post-moderno puede darse de todo, y a veces de manera estimulante, pero pierden su espíritu original. Con todo, para muchos, los géneros los establece la mirada del director, y así casi todo el cine de Cronenberg, aunque no se base en prespuestos científicos, ni sea futurible, ni distópico, ni muchas veces industrial, se acerca a la sci-fi, y casi todo el cine de Lynch, aunque no salgan vampiros, ni hadas (a veces sí), ni se pliegue a los cánones del género, parece “dark fantasy”. Y es que al final los géneros deberían ser una excusa, no un fin (como con los hermanos Wachowski) para hablar de las personas y los conflictos que más le interesen al cineasta.


Pero para terminar es importante dejar claro que la fantasía propone otros mundos que nunca tendrán que ver con este, que nos hacen soñar con otra realidad, mientras que la sci-fi pura lo que nos ayuda es a ver esta realidad con ojos más críticos y más dolorosos, y el futuro al que caminamos sin tregua debido a los errores que cometemos en esta realidad. Por tanto, ‘Star Wars’ es Fantasía, nunca Sci-fi. La fantasía nos deja ese regusto dulce (a pesar de las muchas tinieblas que pueda contener), mientras que la sci-fi nos deja un sabor amargo (aunque sólo enfrentándonos a la realidad somos verdaderamente libres).


FUENTE: Espinof.com

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El final del tiempo: ¿hasta cuándo podrá sobrevivir la especie humana?

Las posibilidades de que la vida inteligente prosiga dentro de billones de años no son halagüeñas, pero tampoco imposibles.


Imagen de '2001 una odisea en el espacio'.




Vamos a echar una ojeada al futuro. Cumplidos los 5.000 millones de años de edad, nuestro sol se halla en el medio del camino de su vida. Dentro de otros cinco mil millones el firme equilibrio entre su enorme gravedad que empuja hacia dentro y las feroces partículas originadas en su núcleo de fusión que tiran hacia fuera cederá al fin. La estrella implosionará y después rebotará hinchándose con roja furia destructora. Mercurio quedará evaporizado, probablemente Venus también. La Tierra se salvará aunque las condiciones se tornarán, digamos, un tanto desagradables: las temperaturas subirán miles de grados, los océanos se secarán y la lava fundida inundará la superficie. Si para entonces hemos logrado eludir la autodestrucción atómica, la extinción por patógenos letales, los asteroides y las invasiones extraterrestres, probablemente ya habremos escapado del planeta a la busca de un nuevo hogar estelar.


Vale, imaginemos que hemos logrado dejar atrás a un sol ya inútil, cada vez más enano y blanco. ¿Qué nos espera después? Brooklyn no se expande pero el Universo sí. Impulsadas por la misteriosa energía oscura que supera el poder atractivo de la gravedad, las galaxias se separan entre sí. Cada vez más deprisa. Dentro de un billón de años nuestra Vía Láctea será una isla solitaria en un horizonte cósmico completamente negro. Los astrónomos futuros serán incapaces de ver más allá, todo quedará demasiado lejos y, de no conservar registros pasados, se creerán, ahora con razón, el centro del Universo. En el ínterin habremos tenido que sobrevivir al choque y fusión de nuestra galaxia con la vecina Andrómeda y cruzado los dedos para que no ocurra un Big Rip, una aceleración aún mayor del Universo que despedace toda la materia, incluidos nuestros cuerpos. Pero hemos venido a jugar. Sigamos.

Pasados unos 100 billones de años, las estrellas comenzarán a apagarse

A partir de aquí las cosas empiezan a complicarse. Pasados unos 100 billones de años el Universo sufrirá una súbita carestía de combustible y las estrellas comenzarán a apagarse. El antaño espléndido y brillante firmamento nocturno quedará reducido a cenizas. Ahora bien, como la gravedad no depende del brillo de una estrella sino de su masa, las jerarquías planetarias resistirán. Pero solo un poco más. A los 1.000 billones de años el orden estelar se disolverá como un azucarillo después de inevitables colisiones entre sistemas estelares vecinos. Si algo parecido a la vida inteligente ha sobrevivido hasta entonces podría en teoría refugiarse bajo tierra calentada por elementos radiactivos mientras su planeta vaga solitario por un Universo oscuro y cercano al cero absoluto.





Si han llegado hasta continúen un poco más, por favor, no queda mucho. Entran ahora en acción las ondas gravitatorias previstas por la Relatividad General de Einstein que provocarán que un billón de trillones de años después del Big Bang, la mayor parte de la materia de las galaxias caiga en espiral hacia los monstruosos agujeros negros que habitan el centro de las mismas. Y como gran redoble final, poco después, los protones de los núcleos atómicos que hayan logrado escapar de ser devorados por agujeros negros, sencillamente, se desintegrarán. El físico estadounidense de la Universidad de Columbia, Brian Greene —cuya narración en el espléndido 'Hasta el final del tiempo' (Crítica) acabamos de resumir— se pregunta entonces si la vida inteligente sucumbirá finalmente a este último obstáculo de un Universo desmoronado por el que solo rondarán electrones, positrones, neutrinos y fotones en un cosmos salpicado por agujeros negros cada vez más hambrientos.


"Quizá, pero tal vez", añade, "a las escalas de tiempo que estamos considerando la vida haya evolucionado hasta deshacerse una arquitectura biológica como la que hoy requiere. Quizás las propias categorías de vida y mente resulten ya burdas y torpes ante futuras encarnaciones que nos obliguen a definir nuevas categorías. Es posible que incluso en ausencia de átomos y moléculas complejas pueda existir todavía algún tipo de mente pensante. Ahora, dada la restricción única, pero absolutamente inflexible de que el pensamiento obedezca plenamente a las leyes de la física, ¿puede este persistir de manera indefinida?"


Entropía y evolución

Greene es uno de los más grandes de la divulgación científica desde hace ya dos décadas, concretamente desde que publicó 'El Universo elegante' en 2001, obra de una importancia comparable a 'Historia del tiempo' de Stephen Hawking y por la que sería conocido como el mayor 'propagandista' mundial den 'supercuerdas', aquella por entonces chispeante teoría que prometía unificar el conjunto de la física postulando que 'Todo' estaba compuesto de unas minúsculas cuerdas que vibraban en una decena de dimensiones. Veinte años después, aquella prometedora propuesta ha encallado en sus propias aporías e infalsabilidades, pero Greene mantiene su heroica capacidad para explicar lo muy grande y lo muy pequeño sin miedo a adentrarse en las más estrafalarias hipótesis o a adivinar el futuro más insoportablemente lejano.


El físico estadounidense Brian Greene.
El físico estadounidense Brian Greene.


'Hasta el final del tiempo' es el último libro del físico americano y quizás también el más fascinante. Después de arrancar aceptando dramáticamente que el ansia humana de trascendencia no es más que el daño colateral de un azar evolutivo que ha originado por casualidad la primera especie consciente de su mortalidad, Greene decide abordar el asunto científicamente, despojado de aderezos religiosos y/o filosóficos. ¿Hasta cuándo podrá sobrevivir el Homo sapiens? ¿O en su defecto la vida inteligente y consciente de sí misma en cualquier encarnadura inimaginable? Más allá del fin del sistema solar, del fin de la galaxia y, no va más, incluso del mismísimo fin del Universo.


¿Hasta cuándo podrá sobrevivir el Homo sapiens? ¿O, en su defecto, la inteligencia?


Dos herramientas conceptuales esenciales y aparentemente antitéticas acompañan a Greene en su viaje: la entropía y la evolución. A caballo de la primera —y de la segunda ley— de la termodinámica, el Universo, según observó Bertrand Russell "se ha arrastrado por lentos estadios hasta un resultado un tanto deplorable en esta Tierra y seguirá arrastrándose a lo largo de estadios aún más deplorables hasta la condición de muerte universal". Todo se degrada, los residuos se acumulan, las cosas tienen muchas más formas de desordenarse que de ordenarse y la única perspectiva final posible es la de un Universo en ruinas. Por otra parte, la evolución a diferentes escalas parece servir de barricada contra la entropía generando constantemente estructuras ordenadas como moléculas, estrellas, galaxias, planetas y seres vivos lectores de 'Macbeth'. ¿Cómo es posible?


El último pensamiento

El lector descubrirá la solución en las páginas del libro en forma de un alucinante matrimonio de conveniencia —y en régimen de 'gananciales'— entre la evolución y la entropía. Adelantemos que nuestra vida entera con sus pasiones y deseos, el amor, el dolor, la alegría y la tristeza podría ser solo un eficaz dispositivo para agilizar la producción de entropía. Somos mecanismos aceleradores de la nada. Y si eso ya es suficientemente desalentador, aún queda lo peor.

 

Podría existir un alucinante matrimonio de conveniencia entre evolución y entropía


Regresemos al punto en que dejamos un poco más arriba la historia del futuro. ¿Sería aún posible la inteligencia en un Universo desintegrado y ceniciento? El genio de Freeman Dyson escribió en 1977 un artículo visionario en el que defendía que sí. Imaginemos una entidad a la que llamaremos 'Pensadora' que, al margen de su constitución —¿tal vez como 'nube' consciente de partículas?— logrará cumplir el único requisito físico necesario: extraer energía de su entorno y expeler el calor residual que el pensamiento necesariamente genera. De no hacerlo, se sobrecalentaría y se quemaría en su propio residuo entrópico. Pues bien, aunque la Pensadora lograra aprovechar esta posibilidad ínfima, pero real, persistiría, sí, unos billones de años más... hasta que la expansión del Universo obligara a la gran reverencia final. Y entonces el Universo habría realizado su último pensamiento.


Sin embargo, un Greene ya encantadoramente místico concluye: "A algunos este futuro les parecerá desolador. Aún con su más rudimentario conocimiento de mediados del siglo XX, se lo pareció a Bertrand Russell. Yo lo veo de otro modo. Para mí, el futuro que la ciencia nos deja entrever subraya lo insólito, asombroso y valioso que es a la vez nuestro momento de pensamiento, nuestro instante de luz".


FUENTE: El Confidencial         
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