CONTACT (Robert Zemeckis, 1995), es una película, basada en la novela del que fuera gran divulgador del mundo de la astronomía
Carl Sagan, que está protagonizada por
Jodie Foster como la astrónoma
Ellie Arroway y
Matthew McConaughey como
Palmer Joss, nos plantea el clásico conflicto entre Ciencia y Religión a partir de la llegada de una señal de origen extraterrestre que incluye un mensaje que, una vez descifrado, resulta contener el diseño de lo que parece ser una nave para transportar a un viajero a la fuente del origen de esa señal. La elección de ese viajero, como un representante del planeta Tierra, establece el conflicto en cuestión. ¿Qué condiciones debe reunir para que el máximo de la humanidad se vea representado?
Lo que me interesa destacar de esta película, más que el conflicto citado, hace referencia a la experiencia que Elli Arroway sufre durante su extraño viaje que, finalmente, realizará desde una plataforma construida en paralelo en el Japón, en la isla de Hokkaido, tras un atentado de un fundamentalista cristiano que destruye una primera nave y al tripulante elegido, David Drumlin – interpretado por Tom Skerrit -. Por ello me centraré esencialmente en las escenas finales de la película.
En primer lugar, y durante el viaje que, aparentemente, realiza a través de agujeros de gusano, la lleva a contemplar una galaxia, y ante la gran belleza de la imagen Ellie exclama: “Es un acontecimiento celestial. No hay palabras... no hay palabras... Es poesía. Debieron enviar un poeta." Esa invocación al poeta ya hace referencia a la descripción de algo a lo que el lenguaje científico no puede acceder, y que confronta al ser humano ante la inmensidad del Universo y la belleza de sus manifestaciones. Algo que toca lo más profundo del alma humana y que muchos poetas y filósofos han definido como la perspectiva cósmica, una perspectiva que genera nuevas visiones y que hace percibir al ser humano su lugar en el cosmos.
La experiencia que sufre Ellie está descrita por los cambios que se han registrado en algunos de los astronautas, y que recibe el nombre del
"síndrome del astronauta", y que ante la contemplación del planeta Tierra, con sus colores azules de los grandes océanos, del blanco de las grandes masas de nubes o los distintos tonos marronosos de los continentes, suspendida en el vacío, bajo el fondo oscuro roto por los millones de pequeños puntos blancos correspondientes a estrellas y lejanas galaxias, se caracteriza por las palabras que Ellie describe al final de la película, cuando comparece ante el congreso:
"recibí un don maravilloso, algo que me cambió para siempre, una visión del Universo que nos dice, sin la menor duda, lo diminutos e insignificantes, y lo raros y preciosos que somos. Una visión que nos dice que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos..."
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Vista de la Tierra desde la Luna. Foto tomada por el Apolo XI. |
El
"síndrome del astronauta" coincide con dos sentimientos que están relacionados y que fueron definidos por
Rudol Otto en relación a la experiencia religiosa: el sentimiento de criatura y lo numinoso. Lo numinoso lo podemos percibir en la reacción de Ellie cuando contempla la galaxia que se le ofrece a su mirada. Observamos en ella el estremecimiento que produce en el ser humano el encuentro con algo que se percibe simultáneamente como misterioso, majestuoso, tremendo y fascinante, y que derivan en un sentimiento de sobrecogimiento y anonadamiento, de pequeñez, de infimidad, el sentimiento de criatura. Ambos sentimientos se relacionarían, en este caso, con la posición que coloca al ser humano la perspectiva cósmica antes citada, y que expresa tan claramente Ellie cuando dice haber adquirido
"una visión del Universo que nos dice, sin la menor duda, lo diminutos e insignificantes, y lo raros y preciosos que somos."
La película refuerza el sentimiento de lo numinoso con el extraño encuentro que mantiene Ellie con los supuestos alienígenas - del que no quedarán pruebas demostrables -, quienes eligen un escenario virtual basado en un dibujo que realizó de pequeña - las playas de Pensacola -, y en el encuentro con la imagen de su padre (David Morse), como una manera de facilitar el encuentro. Como en otras películas, el alien nos observa como "una especie interesante, una mezcla interesante, capaces de los sueños más hermosos y de las más horribles pesadillas. Os sentís tan perdidos, aislados, tan sólos..." Y la recomendación es sabida: "... pero no lo estáis. Verás, a lo largo de nuestra búsqueda el vacío se ha hecho soportable porque nos tenemos los unos a los otros". No es que el alien diga algo desconocido. Cognitivamente todos lo entendemos, pero el ser humano tiene una dimensión narcisista, una complejidad emocional y pulsional que, como bien advierte el alien, lo hace especialmente complejo ("mezcla interesante" lo llama amablemente). Esto que cognitivamente podemos entender, es lo que la perspectiva cósmica, como impacto en la consciencia, permite comprender más plenamente a nivel emocional y hace que nuestra mirada sea menos antropocéntrica y más cósmica.
Estos mismos sentimientos los encontramos en varios de los astronautas del proyecto Apolo y otros, como Wubbo Ockels, el primer astronauta holandés y tripulante del transbordador espacial, quien reconocía la dificultad de expresar en palabras el carácter de la experiencia que se vive allí arriba, en el espacio. En todo caso, en varios de ellos se despiertan los sentimientos de amor y de servicio, y también un sentimiento de protección hacia la Tierra-madre, como muchos de ellos la llaman, así como el ya descrito sentimiento de criatura. Vaya, como un ejemplo, la declaración de Edgar Michell, tripulante del Apolo 14, y el hombre que estuvo más horas en la Luna, quien dice: "Desarrollas una conciencia global instantánea, una orientación hacia la gente, una intensa insatisfacción con el estado del mundo y el impulso de hacer algo. Desde lo alto de la Luna, la política internacional parece insignificante. Te dan ganas de coger a un político del cuello y arrastrarlo a cuatrocientos mil kilómetros de la Tierra para decirle: ¡Mira-bien!"
Para acabar quisiera citar las siguientes palabras del filósofo Pierre Hadot, quien dice: "Sin viaje cósmico interior, sin mirada desde lo alto vivida como ejercicio espiritual de desprendimiento, de liberación, de purificación, los viajeros del espacio seguiran llevando la tierra con ellos al espacio, no la Tierra parte del cosmos, si no la tierra símbolo de lo humano demasiado humano, la mezquindad humana" [1] y acaba diciendo que, en estas condiciones: "El espacio corre entonces el riesgo de no ser más que el teatro ampliado de estas absurdas guerras de religión - o económicas, añado yo - que continuan desgarrando a la humanidad en los inicios del siglo XXI. La conquista del espacio corre el riesgo de proporcionar solamente un campo más vasto a la locura humana." [2]
[1] Hadot, Pierre. No te olvides de vivir. Goethe y la tradición de los ejercicios espirituales. Siruela, pág. 89.
[2] Ídem anterior, pág. 89.